"No reducirse a una obra; sólo hay que decir algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o de un moribundo." decía el irónico, punzante y pesimista filósofo rumano. Para el la sociedad es una especie miserable que crea falacias absurdas sobre las que cimentar su felicidad. Religiones, actos políticamente correctos, ideologías deterministas. Todo ello conforma el mundo del que Cioran se intentó alejar. Odiaba las costumbres, los hábitos mundanos, las situaciones corrientes que todo el mundo catalogaba como "normal". Cioran, de hecho, vivió como un extraño en su tiempo, algo que quedó plasmado en sus obras y le hará perpetuarse como el filósofo apático, angustiado por una vida que le parecía insípida, aburrida, gris y tremendamente vacía. La tentación de existir. E. M. Cioran
"No reducirse a una obra; sólo hay que decir algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o de un moribundo." decía el irónico, punzante y pesimista filósofo rumano. Para el la sociedad es una especie miserable que crea falacias absurdas sobre las que cimentar su felicidad. Religiones, actos políticamente correctos, ideologías deterministas. Todo ello conforma el mundo del que Cioran se intentó alejar. Odiaba las costumbres, los hábitos mundanos, las situaciones corrientes que todo el mundo catalogaba como "normal". Cioran, de hecho, vivió como un extraño en su tiempo, algo que quedó plasmado en sus obras y le hará perpetuarse como el filósofo apático, angustiado por una vida que le parecía insípida, aburrida, gris y tremendamente vacía. Publicado por Hibris. en 3:07 a. m. 5 comentarios
Mis mayores.
Generalmente mi objetivo suele ser una persona mayor, de esas que transmiten una ternura tal que lo que más te apetece es levantarte y darle un abrazo. Esas que con su serenidad crean a su alrededor un aura de tranquilidad y sosiego. Allí nada malo puede suceder.
Es la estación de tren uno de los lugares que frecuento a menudo y en los que siempre me encuentro con numerosas personitas enjutas y arrugadas sentadas en los bancos, con la mirada perdida en algún punto indefinido, en cuyas pupilas todavía queda resquicios de una vida que se consume pero que todavía pervive; y por ello conservan un brillo minúsculo en el mismo centro, un brillo tan apagado que duele, pero que grita a los cuatro vientos que todavía está allí, que todavía ve y todavía puede ser mirado.Los hombres que ocupan los bancos de piedra de la estación acostumbran vestir un jersey oscuro o una camisa a cuadros o de rayas, con pantalones de tela también oscuros, raramente vaqueros. Ellas, las mujeres, llevan un jersey de cuello redondo y una falda por debajo de la rodilla, generalmente azul marina, marrón o negra. Otras veces, las menos, llevan pantalones, de tela, de la misma tonalidad que la falda. El bolso que éstas últimas guardan con recelo sobre sus rodillas suele ser negro, no muy grande, pero suficiente para guardar las llaves, el pañuelo, la cartera y ve tu a saber qué rarezas esconden esas pieles negras. Quizá un pequeño estuchito donde guardan un mechón de pelo de su viúdo, o el primer diente de leche que le cayó a su nieto. O posiblemente un rosario permanezca enroscado en una esquina de la tela, esperando unas oraciones que alimentan la esperanza y disipan el aburrimiento. Es como aquel que envía mensajes al espacio, tan de moda últimamente, con la ilusión de que en alguna estrella alguien pueda escucharlo.
Las oraciones se lanzan al vacío, al vacío que cada uno alberga.
...Y la escena se repite invariablemente. Clavan los ojos en ti cuando arrastrando la maleta pasas antes los asientos que ocupan, y si tienes la suerte de encontrar alguno libre para acomodarte a leer mientras esperas la llegada de tu tren, notarás cada segundo la mirada clavada en tu cogote o en tu frente. Te estarán analizando de arriba a abajo, y alguno quizá sienta curiosidad por el volumen que tienes en las manos. Puede que entonces decidas cerrar el libro y observarlos tu también a ellos. Basta con una sonrisa, solamente una leve inclinación de los labios en señal de simpatía, para que éstos te dediquen su primera frase, y así comenzar una conversación, que aunque breve, sustancial.
Entres sus valiosos conocimientos se encuentra el saber qué tonalidad exacta emplear para cautivarte, para conseguir que sus palabras se amolden en tu cabeza entre los filamentos gruesos y monótonos del día a día. Allí escogen su lugar, para ser, en el momento menos indicado, recordadas. Las palabras de un viejecito o viejecita sentado en la estación de tren cobrarán vida entonces. No habrá sido en valde sus tardes de desidia ante dos vías estáticas y unas cuantas locomotoras transportando vida. En realidad, sus breves frases consiguieron insuflarme energía en algún momento, y eso...eso es un don que sólo ellos tienen.
Publicado por Hibris. en 1:56 a. m. 4 comentarios
Rima II. Gustavo Adolfo Bécquer.
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!
Rima II (Gustavo Adolfo Bécquer)
Publicado por Hibris. en 9:00 p. m. 3 comentarios