Su hombre no tenía nombre y parecía un ruso. Era el ruso sin nombre. Largo como un abedul, de rostro anguloso y mirada firme y a la vez tierna y a la vez viril y a la vez frágil y a la vez... Llegó a creer que su hombre existía realmente, hasta que, pasado un tiempo empezó a notar que el ruso ya no acudía a sus sueños, y pensó que había muerto. Entonces Martina se partió en dos. Una de sus mitades se quedaba en la cárcel y la otra sobrevolaba amplias regiones del mundo en busca del que había huido de su sueño. Sobrevolaba la estepa rusa en unos segundos. Allí no estaba su hombre. Sobrevolaba Europa. Allí tampoco. Sobrevolaba Madrid. ¿Cómo iba a estar en Madrid su hombre? Sobrevolaba la sierra.
Por fin lo veía junto a un río. Oh, Dios mío. Su hombre junto a un río caudaloso. Veía sus ojos tristes. El hombre miraba al río con pesadumbre. Daba la impresión de que quería suicidarse. El hombre estaba pensando en ella. Martina podía entrar en la mente de su hombre, podía leer sus pensamientos. Y él estaba pensando en mí, se dijo a mí misma. No me conoce y sin embargo me lleva tatuada en el cerebro.
-¿Con quién hablas? -le preguntó Ana
Martina se sobresaltó
-Con nadie
-¿Seguro?
-Estaba soñando despierta -reconoció.
Ana la miró con preocupación y dijo:
-¿Quién te lleva tatuada en el cerebro?
Martina sonrió con tristeza y contestó:
-Alguien que se ha perdido por no encontrarme...
-Y tú te has perdido por no encontrarlo a él...
-Así es.
-¿Hablas en serio?
-Naturalmente -dijo Martina, y miró a Ana con desdén-. Tiene que haber alguna verdad en nuestros sueños, alguna realidad. No pueden ser sólo deseo. A veces son demasiado precisos, demasiado reales. ¿Por qué? ¿Para qué? Cuando son muy reales traspasan su propia frontera, yo lo sé. Entonces dejan de ser simples sueños, y se convierten...
-¿En qué?
-En una luz obsesiva, en una luz envolvente, que quiere iluminar más de lo que podemos ver. Tú no puedes conocer los límites del sueño, de cualquier sueño. Para conocer los verdaderos límites de un sueño habría que tener la cabeza inmensamente despierta, casi tan despierta como Dios. Quizá ese hombre del que te hablo se cruzó conmigo alguna vez en Madrid, en plena guerra... Quizá pertenecía a las Brigadas Internacionales... Quizá estuvimos a punto de encontrarnos, quizá hasta nos vimos, en un abrir y cerrar de ojos, en la parada del tranvía... Y ahora estamos condenados a soñarnos por no haber sabido reconocernos. ¿No te parece una tragedia? Ni siquiera estoy segura de haberlo visto y sin embargo podría escribir una novela sobre su vida.
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(Ferrero, Jesús. Las trece rosas, p 119-120.)
5 comentarios:
:)
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"... autor que afirmó una vez en la televisión que no existían mujeres escritoras, que Jane Austen o Virginia Woolf eran sólo un fraude."
Fuente.
Me gustaría saber el contexto exacto en que se encuadró ese comentario, intentaré encontrarlo.
De todas todas, prefiero aplaudir su obra que fijarme en las estupideces que pidieron salir por su boca. Y eso he hecho :)
Un saludo.
Hibris
Pues no sé si lo que sale de su boca es una mierda, pero lo que sale de sus dedos (al menos este fragmento) está muy bien.
Un abrazo.
Tuve este libro en las manos no hace mucho, pero acabe soltandolo. Bonito, muy bonito ese parrafo que has copiado.
Un beso.
Azhaag
Con los ojos cerrados se ven ininitas cosas. para qué estar seguro de ver nada??? Eso de ver también es muy subjetivo, je!
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