Fragmentos

La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir la vergüenza del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.
(Enrique Heine)

El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas.
(José Saramago. El viaje del elefante.)

Tengo 47 años, ¿y sabes cómo me he matenido vivo tanto tiempo, todos estos años? Miedo... el espectáculo de actos terribles. Si alguien me roba, le corto las manos; si me insulta, le corto la lengua; si se rebela contra mí, clavo su cabeza en una estaca, y la pongo bien alta, para que puedan verla todos. Eso es lo que mantiene vivo el orden de las cosas: el miedo.
(Gans of New York)


"He visto un caracol, se deslizaba por el filo de una navaja, ese es mi sueño, más bien mi pesadilla, arrastrarme, deslizarme por todo el filo de una navaja de afeitar, y sobrevivir."
(Apocalypse Now)



Fragmento: Las trece rosas, de Jesús Ferrero


Su hombre no tenía nombre y parecía un ruso. Era el ruso sin nombre. Largo como un abedul, de rostro anguloso y mirada firme y a la vez tierna y a la vez viril y a la vez frágil y a la vez... Llegó a creer que su hombre existía realmente, hasta que, pasado un tiempo empezó a notar que el ruso ya no acudía a sus sueños, y pensó que había muerto. Entonces Martina se partió en dos. Una de sus mitades se quedaba en la cárcel y la otra sobrevolaba amplias regiones del mundo en busca del que había huido de su sueño. Sobrevolaba la estepa rusa en unos segundos. Allí no estaba su hombre. Sobrevolaba Europa. Allí tampoco. Sobrevolaba Madrid. ¿Cómo iba a estar en Madrid su hombre? Sobrevolaba la sierra.

Por fin lo veía junto a un río. Oh, Dios mío. Su hombre junto a un río caudaloso. Veía sus ojos tristes. El hombre miraba al río con pesadumbre. Daba la impresión de que quería suicidarse. El hombre estaba pensando en ella. Martina podía entrar en la mente de su hombre, podía leer sus pensamientos. Y él estaba pensando en mí, se dijo a mí misma. No me conoce y sin embargo me lleva tatuada en el cerebro.

-¿Con quién hablas? -le preguntó Ana

Martina se sobresaltó

-Con nadie

-¿Seguro?

-Estaba soñando despierta -reconoció.

Ana la miró con preocupación y dijo:

-¿Quién te lleva tatuada en el cerebro?

Martina sonrió con tristeza y contestó:

-Alguien que se ha perdido por no encontrarme...

-Y tú te has perdido por no encontrarlo a él...

-Así es.

-¿Hablas en serio?

-Naturalmente -dijo Martina, y miró a Ana con desdén-. Tiene que haber alguna verdad en nuestros sueños, alguna realidad. No pueden ser sólo deseo. A veces son demasiado precisos, demasiado reales. ¿Por qué? ¿Para qué? Cuando son muy reales traspasan su propia frontera, yo lo sé. Entonces dejan de ser simples sueños, y se convierten...

-¿En qué?

-En una luz obsesiva, en una luz envolvente, que quiere iluminar más de lo que podemos ver. Tú no puedes conocer los límites del sueño, de cualquier sueño. Para conocer los verdaderos límites de un sueño habría que tener la cabeza inmensamente despierta, casi tan despierta como Dios. Quizá ese hombre del que te hablo se cruzó conmigo alguna vez en Madrid, en plena guerra... Quizá pertenecía a las Brigadas Internacionales... Quizá estuvimos a punto de encontrarnos, quizá hasta nos vimos, en un abrir y cerrar de ojos, en la parada del tranvía... Y ahora estamos condenados a soñarnos por no haber sabido reconocernos. ¿No te parece una tragedia? Ni siquiera estoy segura de haberlo visto y sin embargo podría escribir una novela sobre su vida.
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(Ferrero, Jesús. Las trece rosas, p 119-120.)

Avicena, un adelantado a su época.

La figura más representativa de la medicina árabe fue Avicena (980-1037 aprox), llamado "el príncipe de los médicos". Este hombre tenía ya desde temprana edad una gran ambición: saber. Leía y leía todo lo que caía en sus manos. Se sabía de memoria el Corán y devoraba libros de medicina, astronomía, física, filosofía, matemáticas etc. Cuando curó al emir Nuh ibn Mansur de una intoxicación por plomo, pidió como recompensa que le dieran autorización para entrar en la biblioteca real y continuar allí su periplo por los vastos templos del conocimiento. Llegó a conseguir una gran fama y a ser venerado en toda Persia.
Ha dejado, además, un amplio legado de todos sus estudios, sobre todo en medicina. En sus escritos Avicena hizo frecuentes alusiones a la histeria, la epilepsia, las reacciones maníacas y la melancolía. El siguiente caso muestra su enfoque particular del tratamiento de un joven príncipe que padecía un trastorno mental:

"Un cierto príncipe... sufría de melancolía y tenía la ilusión de creerse una vaca...; mugía como ese animal y causaba molestias a todo el mundo, gritando: "Mátenme y así se podrá hacer un buen guiso de carne"; por último, dejó de comer totalmente... Se convenció a Avicena de que tomara ese caso... En primer lugar, le envió una carta al paciente dándole la buena nueva de que el carnicero se dirigía hacia él para matarlo, a lo cual... el enfermo se alegró. Poco tiempo después, Avicena, sosteniendo un cuchillo en la mano, entró en la habitación diciendo: "¿Dónde está la vaca para que la mate?" y éste mugió para indicar dónde se encontraba. A la orden de Avicena, fue tendido en el suelo, atado de pies y manos; entonces Avicena le palpó todo el cuerpo y dijo: "Está demasiado flaco y todavía no está listo para el matadero; debe engordar". Así, le ofrecieron una comida conveniente de la cual participó con gusto el enfermo; y poco a poco recuperó su fuerza, se libró de la ilusión y se curó del todo."

Lamentablemente, la mayoría de los médicos coetáneos de Avicena tenían un enfoque de la enfermedad mental muy diferente.