Para las personas profanas en la materia, como yo, existen numerosas obras pictóricas que no somos capaces de entender e interpretar,
y necesitamos de un apoyo que nos indique las características y los significados que se nos escapan.
Yo, realmente, he visto la pintura a través de sus palabras.
(Fragmento: "Los años con Laura Díaz" de Carlos Fuentes)
y necesitamos de un apoyo que nos indique las características y los significados que se nos escapan.
En otras, sin conocimiento previo alguno, un cuadro es capaz de transmitirnos tanto sentimiento, o más, que la letra de una bonita canción o la lectura de un poema.
Carlos Fuentes ha hecho una descripción, en boca de su protagonista, Laura, de un cuadro hecho por el hijo muerto de dicha protagonista.
Aquí os la transcribo. Yo, realmente, he visto la pintura a través de sus palabras.
DESCRIPCIÓN DE UN CUADRO
(...)No levitaban. Ascendían. Laura sintió una emoción profunda cuando entendió el cuadro de su hijo Santiago. Este Adán y esta Eva no caían. Ascendían. A sus pies, se confundían en una sola forma la cáscara de la manzana y la piel de la serpiente. Adán y Eva se alejaban del jardín de las delicias pero no caían en el infierno del dolor y del trabajo. Su pecado era otro. Ascendían. Se rebelaban contra la dolencia divina -no comerás ese fruto- y en vez de caer, subían. Gracias al sexo, la rebelión y el amor, Adán y Eva eran los protagonistas del Ascenso de la Humanidad, no de la Caída. El mal del mundo era creer que el primerhombre y la primera mujer cayeron y nos condenaron a una heredad viciosa. Para Santiago, en cambio, la culpa de Adán y Eva no era hereditaria, no era culpa siquiera, el drama del Paraíso Terrestre era un triunfo de la libertad humana contra la tiranía de Dios. No era drama. Era historia.
Al fondo del paisaje en el cuadro de su hijo, vio Laura pintado, diminuto, como en el Ícaro de Brueguel, un barco de velamen negro que se alejaba de las costas del Edén con un solitario pasajero, una diminuta figura singularmente dividida, la mitad de su rostro era angelical, la otra mitad diabólica, rubia una mita, roja la otra, pero el cuerpo mismo, envuelto en una capa larga como la vela del barco, era común a ángel y demonio, y ambos, adivinó Laura, era Dios, con una cruz en una mano y un trinche en la otra: dos instrumentos de tortura y muerte. Ascendían los amantes. El que caía era Dios y la caída de Dios era lo que Santiago pintó: un alejamiento, una distancia, un asombro en la cara del Creador que abandona el Edén perplejo porque sus criaturas se rebelaron, decidieron ascender en vez de caer, se burlaron del perverso designio divino que era crear al mundo sólo para condenar su propia creación al pecado transmitido de generación en generación a fin de que, por los siglos de los siglos, el hombre y la mujer se sintieran inferiores a Dios, dependientes de Dios, condenados por Él pero sólo absueltos -antes de volver a caer- por la caprichosa gracia de Dios.
Atrás del cuadro, en la tela, Santiago había escrito: "El arte no es moderno. El arte es eterno. Egon Schiele".
Al fondo del paisaje en el cuadro de su hijo, vio Laura pintado, diminuto, como en el Ícaro de Brueguel, un barco de velamen negro que se alejaba de las costas del Edén con un solitario pasajero, una diminuta figura singularmente dividida, la mitad de su rostro era angelical, la otra mitad diabólica, rubia una mita, roja la otra, pero el cuerpo mismo, envuelto en una capa larga como la vela del barco, era común a ángel y demonio, y ambos, adivinó Laura, era Dios, con una cruz en una mano y un trinche en la otra: dos instrumentos de tortura y muerte. Ascendían los amantes. El que caía era Dios y la caída de Dios era lo que Santiago pintó: un alejamiento, una distancia, un asombro en la cara del Creador que abandona el Edén perplejo porque sus criaturas se rebelaron, decidieron ascender en vez de caer, se burlaron del perverso designio divino que era crear al mundo sólo para condenar su propia creación al pecado transmitido de generación en generación a fin de que, por los siglos de los siglos, el hombre y la mujer se sintieran inferiores a Dios, dependientes de Dios, condenados por Él pero sólo absueltos -antes de volver a caer- por la caprichosa gracia de Dios.
Atrás del cuadro, en la tela, Santiago había escrito: "El arte no es moderno. El arte es eterno. Egon Schiele".
(Fragmento: "Los años con Laura Díaz" de Carlos Fuentes)
3 comentarios:
Una descripcion genial, una duda ¿Esa Laura Diaz... tienes parentesco con ella? :D
Bonita entrada...
Un beso.
Azhaag
Sí. Buen pasaje e interpretación.
Cuando se cogen de la mano arte pictórico y literario para explicarse, sucede esto.
>.<
estupendo... sin mas
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